A lo largo de mi ministerio, yo he tratado de ayudar a mucha gente con varios problemas en sus vidas. Eventualmente, yo llegué a una conclusión sorprendente: nuestro problema fundamental como seres humanos es que no reconocemos nuestro valor.
En consecuencia, cometemos los errores más trágicos. Somos como una persona que es heredera de una gran fortuna, pero la vendemos por algo de incomparablemente ínfimo valor: pornografía, drogas, borracheras, materialismo, o negocios fraudulentos. Otros se valúan en exceso y tal vez buscan posiciones prestigiosas en la política, en el mundo del entretenimiento, o aun en el ámbito eclesiástico. Aun así, todo el prestigio que este mundo ofrece, no se compara con el valor de nuestra herencia, la cual algunos la dejan por el prestigio. Si hemos de apreciar nuestro verdadero valor como seres humanos, debemos considerar la manera excepcional y maravillosa en que Adán fue creado, el ancestro de la raza humana.
El milagro de la creación de Adán
En Juan 1:1-2, descubrimos que el agente activo en la creación no era Dios el Padre, sino la Palabra divina que estaba con Dios desde la eternidad, el cual se manifestó en la historia de la humanidad como Jesús de Nazaret:
“Todas las cosas por él [la Palabra] fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho”. (Juan 1:3)
La creación, en su totalidad, fue dada por la palabra hablada de Dios: “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios” (Hebreos 11:3). “Porque él dijo, y fue hecho; Él mandó, y existió”. (Salmos 33:9) No obstante, como la
describe Génesis 2:7, la creación de Adán fue excepcionalmente diferente: “Entonces Jehová Dios formó [moldeó] al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente [literalmente, un alma viviente]”.
¡Imagínate esta escena! El Señor se arrodilló para mezclar polvo y agua y de eso moldeó el cuerpo del hombre. Entonces allí estaba, la escultura más perfecta creada, más perfecta que cualquier obra maestra de Miguel Ángel. ¡Pero, estaba sin vida! Entonces ocurrió algo maravilloso. El Creador se inclinó hacia el hombre, acercó sus labios divinos a los labios de barro y su nariz tocó la nariz de barro. Y sopló aliento en sus labios y nariz. Su aliento penetró la figura de arcilla y se transformó en un ser viviente, con cada uno de sus órganos funcionando perfectamente y con todas las maravillosas reacciones espirituales, intelectuales y emocionales que un ser humano es capaz de tener. Ningún otro ser viviente fue creado de esta manera.
Un Soplo Poderoso
Las palabras usadas para describir este milagro son particularmente gráficas. En el idioma hebreo los sonidos de ciertas palabras se relacionan con la acción que describen. El sonido de la palabra hebrea para soplo se puede traducir como yipakh. Se pronuncia como una pequeña “explosión” interna, seguida de una exhalación vigorosa y continúa de la garganta. De esta manera, describe intensamente la acción de la palabra.
¡Cuando el Señor sopló aliento en esos labios y nariz de barro, no dio un suspiro – sino que Él exhaló su propia esencia en aquel cuerpo de barro, recibió así la misma vida de Dios por impartición milagrosa!
El hombre se convirtió de inmediato en un ser trino, compuesto por espíritu, alma y cuerpo. El espíritu vino del aliento de Dios y transformó el cuerpo de barro del hombre a un ser vivo (físico) de carne. Su alma, producida por la unión de su espíritu y cuerpo, se convirtió en una personalidad única e individual, capaz de tomar sus propias decisiones – lo haré o no lo haré.
Representante de Dios
Junto con la compañera que Dios le dio, Adán fue puesto para gobernar la tierra como el representante de Dios. Su naturaleza trina representaba la semejanza con la trinidad de Dios. Su exterior semejaba la imagen del Señor quien lo creó (Génesis 3:8). Tanto en su naturaleza interna como en su forma externa, él representaba a Dios ante el resto de toda le creación de la tierra.
Adán y Eva disfrutaban de una comunión personal con el Señor en su diario vivir. Al fin del día Él se acercaba para pasar tiempo con ellos (Génesis 3:8). ¿Quién sabe qué misterios pudo haberles revelado acerca de ÉL? Sin embargo, sabemos que Dios le concedió el privilegio a Adán de nombrar a toda la creación viviente (Génesis 2:19)
A pesar de la relación privilegiada, lo que siguió constituye la mayor tragedia de la historia humana. ¡Engañados por Satanás, Adán y Eva cambiaron su herencia recibida de Dios por un pedazo de fruta! Esta desobediencia afectó cada parte de la naturaleza trina de Adán. Su espíritu – ahora separado de Diosmurió. Su alma se hizo rebelde, desde ese momento su alma empezó a luchar contra su Creador. Su cuerpo fue sujeto a la enfermedad, al envejecimiento, y a la muerte.
Dios le había advertido a Adán acerca del árbol del conocimiento, “porque el día que de él comieres, ciertamente morirás”. (Genesis 2:17) Fue el espíritu de Adán que murió instantáneamente; pero su cuerpo no murió hasta 900 años después.
Relación Renovada
La desobediencia de Adán trajo consecuencias terribles, esto trajo a la luz un aspecto de la naturaleza de Dios que, de otra manera nunca se hubiera revelado totalmente: el incomprensible amor de Dios. Dios nunca se dio por vencido con Adán y su descendencia. Él anhela acercarnos de nuevo a Él.
Este anhelo esta maravillosamente expresada en Santiago 4:5 “El Espíritu que él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente”, es decir, es el Espíritu que Adán recibió por soplo divino al ser creado. Lo increíble es que Dios aún anhela tener aquella relación personal con el hombre, como la que disfrutó con Adán. La cual fue destruida por la rebelión de Adán, una rebelión que se ha perpetuado en cada descendiente de Adán.
Además, a un costo incalculable, Dios ha hecho un camino para que podamos ser restaurados a Él. Él envió a Jesús “a buscar y a salvar lo que se había perdido”. (Lucas 19:10). Por Su sacrificio en la cruz, Jesús hizo posible que cada uno de nosotros sea perdonado y limpiado de pecado y llegue a ser miembro de la familia de Dios.
Nuestro valor verdadero
En Mateo 13:45-46, Jesús contó una parábola en la cual él describe bellamente nuestra redención: “También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas, que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró”.
Yo creo que esto nos enseña la redención de un alma humana. Jesús es el mercader, no un turista ni un visitante ocasional, sino un hombre que ha negociado con perlas toda su vida y conoce el valor exacto de cada una. La perla que Él ha comprado es el alma de un ser humano, la de usted y la mía. Le costó a Jesús todo lo que tenía, todo cuanto le pertenecía.
En términos contemporáneos, esto es como me lo imagino que el mercader le dio la noticia a su esposa sobre lo que hizo.
“Mi amor, acabo de vender el automóvil”
“Vendiste el automóvil! Bueno, todavía tenemos nuestra casa”
“No, también la vendí”
“¿Por qué hiciste eso?”
“Es que encontré la perla más hermosa que haya visto. Toda mi vida he buscado una perla así. Costó todo lo que teníamos. ¡Espera hasta que la veas!”
¿Qué significa esto para nosotros? Cada uno de nosotros deberíamos imaginarnos cómo una de esa perla preciosa.
Nuestro Redentor
Recuerda, a Jesús le costó todo lo que tenía para poder comprarnos de nuevo para ÉL. Aunque Él era Señor del universo entero, Él se despojó de todo y murió en la pobreza absoluta. Quedó sin nada. Aun el manto y la tumba en el que Él fue sepultado fueron prestadas. “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Corintios 8:9).
Quizás usted nunca se ha considerado como alguien tan importante. Tal vez tiene baja auto estima. Quizás, al mirar su vida solo recuerda dolor y desilusión, o una niñez desdichada y miserable, un matrimonio que acabó en divorcio, una carrera que nunca se hizo realidad, o años perdidos en drogas y alcohol. Su pasado y su futuro se expresan en una simple frase: ¡fracaso!
¡No es así para Jesús! Él le ama tanto que renunció a todo para redimirlo. Para afirmar y aceptar esta verdad
querrá repetir las siguientes palabras del apóstol Pablo:
“el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”. (Gálatas 2:20)
Y dígalo de nuevo “me amó y se entregó a sí mismo por mí”. Aprópiese de estas palabras; ‘me amó y se entregó a sí mismo por mí”.
Ahora es tiempo de que reconozca que usted es la perla en la mano de Jesús, traspasada por los clavos. Escúchelo diciéndole: “Eres tan preciosa! Tenerte me costó todo cuanto tenía, y no me arrepiento de haberlo dado todo. ¡Ahora me perteneces para siempre!”
Usted no puede hacer nada para merecer este amor. Usted nunca puede cambiarse o hacerse lo suficientemente bueno. ¡Todo lo que puede hacer es aceptar lo que Jesús ha hecho por usted y darle gracias! ¡Usted le pertenece para siempre!
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