“Seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal”. (Génesis 3:5) Es indudable que ser como Dios es un ideal elevado y plausible. ¿Cómo podría haber algo malo en eso? No obstante, esta afirmación de la boca de Satanás al manifestarse con apariencia de serpiente, atrajo a Adán y a Eva a un desastre cuyas horrendas consecuencias han afectado a todos sus descendientes.

Cuál fue la trampa encubierta de la cual Adán y Eva fueron víctimas? Fue el motivo – no declarado, sino implícito, que es la promesa de independencia. Una vez que usted conoce lo bueno y lo malo, será libre para tomar sus propias decisiones. Ya no dependerá más de Dios.

Toda la raza humana que proviene de Adán y Eva ha heredado este deseo de auto – afirmación con miras a la independencia. Es la marca distintiva del “viejo Adán” – la naturaleza caída y pecaminosa que se
esconde en cada uno de nosotros.

Diferentes caminos a la independencia

A lo largo de la historia, la humanidad ha seguido varios caminos en busca de su independencia de Dios. El primero de ellos es el conocimiento. En el jardín de Edén había dos árboles especiales – el árbol de la vida y el árbol del conocimiento. Un momento crítico de la historia fue cuando Adán y Eva rechazaron al árbol de la vida y eligieron el árbol del conocimiento.

Desde entonces, el logro del conocimiento ha sido un objetivo primordial de la humanidad. Durante los últimos dos o tres siglos esto se ha manifestado en un mayor énfasis puesto en la i (la palabra “ciencia” se deriva directamente de scientia, palabra del latín que significa “conocimiento”).

Sin embargo, este auge de la ciencia no ha resuelto los problemas fundamentales de la humanidad: injusticia, crueldad, guerra, pobreza, enfermedad. Antes bien, los ha incrementado en algunas formas. La ciencia ha equipado al hombre con armas de destrucción masiva capaces de arrasar con toda la raza humana y convertir al planeta entero en un desierto desolado. Además, algunas de estas armas están en manos de hombres crueles y perversos, que no se privarían de
usarlas por consideración alguna de misericordia o moralidad.

Un segundo camino que ha seguido la humanidad para alcanzar la independencia de Dios podría ser sorprendente. Se trata de la religión. En varias y diferentes formas los hombres han establecido reglas religiosas y sistemas de adoración tan completa y tan suficiente que no se necesita más a Dios. Todo lo que debe hacerse es seguir sus reglas.

Esto es cierto respecto a algunas prácticas observadas por las diversas religiones principales del mundo–judaísmo, islamismo, budismo, e incluso algunas versiones del cristianismo. En todas estas religiones la gente puede llegar a sentirse tan satisfecha con sus reglas y procedimientos que se vuelven independientes de Dios mismo. Esto explica la razón por la cual las personas solemnes y religiosas son algunas veces las más lentas para responder al ofrecimiento del evangelio de la gracia, la cual no se puede ganar.

Otro camino que sigue el hombre para alcanzar la independencia de Dios es amontonar grandes cantidades de dinero y posesiones materiales. Jesús contó una parábola sobre un rico terrateniente tan exitoso que ya no tenía más espacio para almacenar su cosecha. Así que decidió construir instalaciones aún más grandes para almacenar, y entonces decirle a su alma: “alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate”. Pero Dios le
dijo: “Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?” (Lucas 12:16-20)

Un número incalculable de personas a lo largo de la historia han sido engañadas por el mismo deseo de independencia, cometiendo el mismo trágico error. Y un número incalculable de personas siguen haciéndolo hoy día.

El deseo de ser independiente de Dios es la marca distintiva de todos aquellos que pertenecen al reino de Satanás –ángeles rebeldes, demonios, y humanidad caída. También es la marca distintiva del “mundo”, acerca de lo cual Jesús habló a sus discípulos: “no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo”. (Juan 17:16)

En este sentido, el “mundo” está conformado por todas las personas que nunca se han sometido a la autoridad del Rey escogido por Dios –el Señor Jesucristo. Algunas de estas personas son moralistas y religiosas, pero cuando se ven enfrentadas con las demandas de Dios para someterse al señorío de Jesús, el “viejo hombre” rebelde e independiente aflora, y rechazan el ofrecimiento de salvación de Dios que se recibe solo por gracia.

La humanidad enajenada y sola

Este deseo de ser independiente de Dios separa al hombre de otras criaturas, que a diferencia de él, muestran una dependencia invariable e incondicional hacia su Creador.

Ninguno de los cuerpos celestiales manifiesta deseo alguno de independencia. “Hizo la luna para los tiempos; el sol conoce su ocaso”. (Salmos 10:19) Las estrellas responden a sus nombres cuando Dios las llama. “El cuenta el número de las estrellas; a todas ellas llama por sus nombres”. (Salmos 147:4)

Sin importar cuán turbulentos puedan parecer los elementos en ocasiones, siempre obedecen a su Creador –“el fuego y el granizo, la nieve y el vapor, el viento de tempestad que ejecuta su palabra”. (Salmos 148:8)

Lo mismo es cierto respecto a los animales creados. “Los leoncillos rugen tras la presa, y para buscar de Dios su comida”. (Salmos 104:21) “He allí el grande y anchuroso mar, en donde se mueven seres innumerables, seres pequeños y grandes... todos ellos esperan en ti, para que les des su comida a su tiempo”. (Salmos 104:25,17) Con respecto a las aves, Jesús nos dice: “vuestro Padre celestial las alimenta”. (Mateo 6:26) No resulta sorprendente que el hombre rebelde en ocasiones se sienta solo y enajenado en el universo que lo rodea, en el cual todas las otras criaturas funcionan juntas en una dependencia indiscutible hacia su Creador.

El camino de vuelta a la dependencia

En la cruz, Jesús proveyó un doble remedio para nuestra condición caída. En primer lugar, pagó por nosotros el castigo que merecíamos por todos nuestros pecados, lo cual permitió que Dios los perdonara sin comprometer su propia justicia. En segundo lugar, Jesús se identificó con el ego independiente y egoísta que domina nuestra naturaleza caída. En Jesús, ese rebelde fue sometido a muerte. “Nuestro viejo hombre [el rebelde] fue crucificado juntamente con él”. (Romanos 6:6)

Para convertirnos en discípulos de Jesús debemos valernos de este doble remedio. Primero, debemos asegurarnos de que – mediante el arrepentimiento y la fe, todos nuestros pecados han sido perdonados. Segundo, debemos aceptar la sentencia de muerte pronunciada contra nuestro ego rebelde y egoísta. “Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo”. (Lucas 14:33)

La palabra “renunciar” se podría traducir “despedirse”. Convertirse en un discípulo de Jesús significa despedirse de todo lo que dependeríamos normalmente – familia, amigos, dinero, carrera, honra o prestigio en este mundo. Una vez que hemos renunciado verdaderamente a todas esas cosas, Dios puede devolverlas a fin de que se ajusten con su propósito para nuestras vidas. Pero ya no somos más dueños, sino meramente administradores, a quienes se les exige dar cuenta del uso que les demos. Nuestra dependencia, sin embargo, es únicamente en Dios.

Algunas veces puede ser una crisis – o un aparente desastre, lo que nos lleva al punto en el cual reconocemos plenamente nuestra dependencia de Dios. Pienso en el viaje de Pablo a Roma, relatado en Hechos 27. Dios tenía un plan especial con el viaje de Pablo a Roma, la capital del imperio romano. Siendo el “apóstol de los gentiles”, tenía algo único para dar a la iglesia que allí se encontraba.

Con todo, Pablo viajó como un prisionero en cadenas. El barco en el que viajaba atravesó una tormenta tan terrible que durante dos semanas no fue posible ver el sol en el día ni las estrellas en la noche. Al final terminó en naufragio en la rocosa costa de Malta. Ahí – para completar, ¡Pablo fue mordido por una serpiente venenosa! (Hechos 27:13-28:6) Si era la voluntad de Dios que Pablo fuera a Roma, ¿por qué experimentó en su viaje semejantes pruebas tan inusitadas?

Cuando medito en esto, recuerdo una frase en Hechos 27:20: “ya habíamos perdido toda esperanza”. Ese era el propósito de las pruebas de Pablo: llevarlo al punto en el cual se había perdido toda esperanza. La única esperanza que le quedaba a Pablo era Dios mismo. Fue entonces que comprobó por sí mismo la suficiencia absoluta de Dios. Dios nos lleva al punto de la dependencia total en Él, a fin de demostrar que es totalmente confiable.

Después de que Pablo había llegado a este punto de total dependencia, estaba listo para su ministerio a los cristianos de Roma. Aquel viaje lo había preparado. Y habiéndose vaciado de toda autosuficiencia, era un canal rendido a Dios para hacer fluir sus bendiciones a los cristianos en Roma. Tendemos a olvidar que aunque Pablo era un apóstol, también seguía siendo un discípulo – sometido a la disciplina del Señor.

De manera gradual y a lo largo de los años, he seguido aprendiendo esta lección de la dependencia total. Tengo que confesar que he sido un aprendiz lento. Dios ha usado varias circunstancias en diferentes momentos para reforzar la lección. Pero he descubierto que cuanto más dependo de Dios, más me sorprende Él con los resultados que siguen – resultados que jamás habría alcanzado si hubiera dependido de mis propias fuerzas.

La rendición de Jacob

Jacob es un personaje de la Biblia que experimentó una verdadera confrontación física para rendir su independencia. Como hombre joven, era sagaz, ambicioso y egoísta. Aprovechó un momento de debilidad física de su hermano Esaú para comprarle su derecho de primogenitura – como hijo mayor, por un plato de sopa. Y luego, para obtener la bendición paternal (que según la costumbre iba junto con el derecho de primogenitura), engañó a su padre Isaac – quien estaba ciego, haciéndose pasar por Esaú.

Con todo, ni el derecho de primogenitura ni la bendición le hicieron mucho bien a Jacob. Para escapar de la venganza de Esaú tuvo que huir a Mesopotamia y convertirse en un refugiado con su tío Labán. Allí demostró de nuevo su sagacidad. Se casó con las dos hijas de Labán y adquirió la mayor parte de sus riquezas.

Entonces el Señor le dijo que era tiempo de regresar a la tierra de su heredad. No obstante, en su camino de regreso, se encontró con un misterioso extraño que lucha con él toda la noche. Al final, aquel extraño dislocó el muslo de Jacob (que es el músculo más fuerte del cuerpo) y éste se asió de él desvalido y en dependencia.

Solo tras haber experimentado ese encuentro Jacob pudo en realidad volver a su herencia. Pero por el resto de su vida tuvo que caminar con un bastón –la señal externa de su independencia rendida.

¿Quién era ese extraño que luchó con Jacob? Primero es llamado un hombre. Pero al día siguiente Jacob dijo: “vi a Dios cara a cara”. (Génesis 32:24-30) Más adelante, el profeta Óseas dijo acerca de ese encuentro: “venció al ángel...”. (Oseas 12:4)

De manera que la misma persona era un Hombre, pero también Dios, y además un Ángel – es decir, un mensajero de Dios. En todo el universo solo hay una persona que corresponde a dicha descripción: un Hombre, pero también Dios, y además un mensajero de Dios. Es la persona que se manifestó en la historia de la humanidad como Jesús de Nazaret –un hombre, que también es Dios, y un mensajero de Dios al hombre.

El destino de Jacob se estableció finalmente debido a ese encuentro. Después de ésto, experimentó la restauración a su heredad, así como la reconciliación con su hermano Esaú.

Quizás usted se ha identificado en parte con la experiencia de Jacob. Usted también ha luchado en sus propias fuerzas para ganar una herencia espiritual que considera suya de parte de Dios, pero que de alguna forma lo elude. Usted necesita hacer lo mismo que hizo Jacob: ríndase sin reservas al Señor Jesucristo.

Aquí le sugiero una oración que puede hacer:

Señor Jesús, yo creo que tú eres verdaderamente mi Salvador, y que tienes una herencia para mí. Pero reconozco que he confiado en mis propias fuerzas para recibirla. ¡Me arrepiento! Abandono mi independencia y me someto sin reservas a tu señorío. Desde ahora dependeré de tu gracia que es suficiente para mí. Pero recuerde: ¡quizás desde ahora usted camine con un bastón!

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