A muchos cristianos les gusta citar Juan 14:6 “Jesús le dijo: Yo soy el camino y la verdad y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”. Pero yo creo que muchos de nosotros solamente hemos entendido la primera parte del versículo. Un camino tiene sentido si lleva a un destino. Jesús es el camino, pero el Padre es el destino.
La revelación del Padre
Jesús, en Su oración sacerdotal en Juan, le dice al padre “He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra”. (Juan 17:6) El pueblo judío había conocido el nombre de Jehová (o Yahweh) por catorce siglos. El nombre que Jesús ahora les manifestó se encuentra seis veces en Su oración. Este fue el nombre del Padre.
¿Qué significa que Jesús les demuestra este nombre a sus discípulos? Al verlo vivir su vida como el Hijo de Dios, ellos empezaron a entender que significaba tener una relación personal con Dios el Padre. Esto es algo que nunca fue revelado abiertamente al pueblo judío en el antiguo pacto. Jesús hace énfasis que solamente Él puede revelar al Padre. “Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Mateo 11:27). Igualmente dice en Juan: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Juan 1:18). Para esta revelación del Padre, cada uno de nosotros dependemos en la gracia que viene solamente por Jesús.
El autor de Hebreos hace una distinción entre el mensaje de los profetas del antiguo testamento y el de Jesús: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo…” (Hebreos 1:1-2). Literalmente, en el griego no dice el Hijo sino dice un Hijo. El mensaje de Dios en el Nuevo Testamento era diferente al mensaje del Antiguo Testamento, no solamente en su contenido, pero en la manera en que iba a comunicar su mensaje. En el Antiguo Testamento, Dios hablaba a través de los profetas; en el Nuevo Testamento, Él hablaba a través de un Hijo. Solamente Jesús, como un Hijo, podía revelar a Dios el Padre.
Una Revelación Personal
Mi entendimiento de Dios el Padre fue revolucionado por una experiencia personal en 1996. Ruth y yo estábamos sentados en nuestra cama una mañana, orando juntos, como acostumbrábamos. De repente yo estuve consciente de una fuerza poderosa obrando en mis pies y piernas. Se movió hacia arriba, hasta que todo mi cuerpo fue sacudido por esa fuerza. (Después Ruth me dijo que toda mi cara estaba muy roja)
A la misma ves yo vi como un brazo intentaba poner como un gorro negro sobre mi cabeza. Por algunos momentos hubo un conflicto entre las dos fuerzas. El poder que estaba en mi cuerpo prevaleció, y el brazo con el gorro negro fue echada, y desapareció. Inmediatamente, sin ningún tipo de razonamiento, yo sabía que podía llamar a Dios mi Padre. Había usado
el término “Padre nuestro” por más de cincuenta años. Doctrinalmente, yo estaba seguro de esta verdad. Hasta había predicado una serie de tres mensajes en “Conociendo a Dios como tu Padre”. Pero lo que yo recibí en ese momento fue una revelación personal.
Déjeme darle una interpretación de esta experiencia. Yo nací en la India y pasé mis primeros cinco años allí. Doce años más tarde, después de que fuera salvo y bautizado por el Espíritu Santo, yo me di cuenta de que una sombra oscura de la India me seguía. Eventualmente, yo me di cuenta de que era uno de los varios dioses de la India que quería poseerme. Había una manera en particular que este dios me oprimía. Cada mañana me despertaba con un sentir tenebroso que algo maligno me esperaba. Nunca era algo con forma, pero era una figura oscura amorfa. Ese evento maligno y desconocido nunca llegó a suceder, pero cada día el sentir estaba allí. Después de ser bautizado en el Espíritu Santo, la intensidad de ese sentir tenebroso disminuyó, pero nunca desapareció completamente. Pero descubrí que, si me enfocaba en alabar y adorar al Señor, ese sentir se iba. Sin embargo, regresaba la siguiente mañana.
El día que el gorro negro fue removido, ese sentir desapareció, ¡y nunca regreso! Y desde esa mañana, me fue natural refirme a Dios como “Padre” o “mi Padre”. Ahora tenía una relación personal, no solamente un punto de vista teológico.
La fuente de nuestra Identidad Personal
A lo largo de la biblia, una persona siempre ha sido identificada como el hijo, o hija, de algún hombre. Esto también se refleja en los apellidos ingleses, como Williamson, Jackson y Thompson. (traducido como Hijo de William etc.). En cada caso, la identidad de una persona se basa en el nombre de un padre.
Tristemente la ruptura o desintegración familiar ha producido lo que originalmente se denominaba “la generación X”. La “X” representa una variable desconocida. Muchos jóvenes en esa triste generación no conocen lo que es tener una relación con su padre. Y, en consecuencia, ellos tienen una crisis de identidad. No saben quiénes son. Sus corazones claman silenciosamente por un padre.
Yo creo que, si la iglesia cristiana comunica la realidad de Dios como Padre, multitudes de jóvenes correrían a los brazos del Padre. Podemos comunicar esta verdad de la misma manera que Jesús “manifestó” el nombre del “Padre” a Sus discípulos: es demostrar en nuestras vidas diarias la realidad de nuestra relación con el Padre.
Nos Asegura que tenemos un hogar en el Cielo
Desdé que fui salvo, creía que si yo continuaba siéndole fiel a Dios iría al cielo cuando muriera. Sin embargo, nunca pensaba en el cielo como mi hogar. Después que ese brazo con el gorro negro fue removido, me fue natural pensar en el cielo como mi hogar. Un poco después le dije a Ruth, “Cuando yo muera, si quieres poner una lápida, puedes escribir en ella estas palabras: “Se fue a casa”.
Yo comencé a pensar en el mendigo que estaba echado a la puerta del hombre rico. Cuando él murió “y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham” (Lucas 16:22). Ciertamente, solo un ángel hubiera bastado para transportar ese cuerpo raquítico, ¡pero Dios envió una escolta de ángeles! El mendigo recibió una bienvenida real al seno de Abraham. Estoy convencido de que Dios realmente quiere enviar ángeles para cada uno de los hijos de Dios – una escolta de ángeles listos para llevarnos a nuestro hogar eterno.
Una vez, Ruth y yo conocimos una preciosa hermana hawaiana (le llamaremos Mary) que había servido al Señor fielmente por muchos años. Con frecuencia, ella les decía a sus amigos, “Nunca he visto un ángel. ¡Me encantaría ver uno!”
Cuando Mary estaba muriendo de cáncer, su iglesia se aseguró de que siempre estuviera acompañada por una hermana cristiana a su lado. Un día su cara se iluminó con la gloria de Dios. Ella estiró sus brazos y dijo, “¡Los veo – yo veo a los ángeles!” Y después falleció. Su escolta angelical la llevó a su hogar.
John Wesley una vez recibió un reporte de que una conocida hermana metodista había fallecido. Él respondió “¿Partió en gloria o solo en paz?” Yo creo que cada hijo de Dios debería irse en gloria, con una escolta de ángeles.
Provee una seguridad completa
Provee una seguridad completa, con su mejilla reposando seguro sobre el hombro de su padre. Puede que todo a su alrededor haya mucha confusión y caos. Podría ser que esté mundo se estuviera derrumbando. Pero el pequeño está en paz totalmente, despreocupado de lo está sucediendo alrededor de él. Él pequeño está seguro en los brazos de su padre.
Nosotros, también, estamos seguros en los brazos de nuestro Padre. Jesús nos asegura que nuestro Padre es mayor que cualquier cosa que esté sucediendo a nuestro alrededor. Él nos dice, “Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre” (Juan 10:29).
Jesús también les asegura a sus discípulos: “No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino” (S. Lucas 12:32). Quizás, somos una manada pequeña, rodeada por bestias de toda clase. Pero si nuestro Padre le ha plácido darnos el reino, no hay poder o potestad en el universo que pueda detenerlo.
Provee motivación para el Servicio
En Filipenses 2:3 Pablo nos advierte como siervos del Señor: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria…” A través de los años, yo he observado que un problema constante y que se esparce en la iglesia es la ambición personal y competencia entre los ministros. Déjeme añadir que, primeramente, yo observé este problema en mi propia vida.
Muchas veces cometemos el error de que la seguridad equivale al éxito. Si edifico la iglesia más grande, o tener la mayor asistencia a mis reuniones, o conseguir un sinnúmero de contactos para la lista de correos, entonces yo estaré seguro. Pero esa es una ilusión. De hecho, entre más exitoso somos, más inseguro podemos ser. Continuamente, estamos siendo inquietados por el hecho de que alguien más pueda edificar una iglesia más grande, o atraer a una mayor multitud, o tener una lista de correo más larga.
En cuanto a mí, yo he encontrado mi modelo perfecto en Jesús, que nos dice “Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Juan 8:29). Ahora no estoy motivado por ambición personal. Sino yo he descubierto un motivo más dulce y puro: simplemente complacer a mi Padre.
Yo estoy entrenando a afrontar cada situación o cada decisión, con una simple pregunta: ¿Cómo puedo complacer a mi Padre? En tiempos de frustración o de fracaso, yo cambio mi enfoque de tratar de resolver el problema a mantener una actitud que complace a mi Padre. Como siervos de Cristo, no hay competencia entre nosotros cuando estamos motivados por el simple deseo de complacer a nuestro Padre. La armonía y el afecto mutuo tome el lugar de la lucha y el egoísmo.
Al leer esta carta, tal vez ha reconocido que usted anhela tener una relación más íntima con Dios como su Padre. Pero quizás hay una barrera satánica, como en mi caso el gorro negro, que está entre usted y el Padre.
Recuerde que Jesús es el Único que puede revelarle al Padre. Pídale que Él, a Su manera y en Su tiempo remueva cualquier barrera que esté en su vida y que le dé una revelación directa del Padre. Al final de todo, solo confíe en Él y espere por la revelación que le ha pedido.
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