Un trono para el Rey

 

Salmo 22:3

Pero tú eres santo, tú que habitas entre las alabanzas de Israel.

Qué bella revelación es para nosotros comprender que el trono donde Dios se sienta es la alabanza de su pueblo.

Dios es santo. Dios es un Rey. Él es el Rey de reyes y el Señor de señores. Nosotros no le hacemos Rey con nuestra alabanza, sino que le ofrecemos el trono que le pertenece.

Como sabe, Jesús dijo: “Cuando dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Su presencia en medio nuestro está garantizada, porque depende de su fidelidad y no de nuestra respuesta. Pero cuando Él nos visita como el Rey de reyes y el Señor de señores, es justo y apropiado que respondamos a Él como Rey. Como tal, Él merece un trono, y nadie más que Él. Y es nuestro privilegio ofrecerle el trono. Cuando lo alabamos, cuando lo exaltamos, cuando cantamos alabanzas, glorificamos su nombre y ensalzamos su majestad, reconocemos su reinado y respondemos como conviene. Le ofrecemos un trono dónde sentarse: el trono de nuestras alabanzas.

Seamos cuidadosos en responder al Señor ofreciéndole su trono.

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