Septiembre 30, Colocado en el altar
Mi Padre me ha creado.
En Romanos 12:1, Pablo nos instruyó a que sacrifiquemos nuestros cuerpos mientras aún estamos vivos: "Por lo tanto, hermanos, tomando en cuenta la misericordia de Dios, les ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios".
Si usted ofrece su cuerpo como sacrificio vivo a Dios, usted ya no reclama su pertenencia al mismo. Usted ya no decide donde irá su cuerpo. Ya no decide lo que hará su cuerpo. Usted ya no decide que alimento recibirá su cuerpo o que vestirá. Usted cedió el derecho de tomar esas decisiones. De ahora en adelante, su cuerpo ya no le pertenece a usted, le pertenece a Dios. Usted lo ha sacrificado, en vida, a Él en Su altar.
Lo que sea colocado en el altar de Dios le pertenece a Dios desde ese momento en adelante. Ya no le pertenece a la persona que lo entregó. Eso es lo que Dios requiere: que sacrifiquemos nuestros cuerpos, tal y como Jesús sacrificó el suyo. La diferencia es que Jesús sacrificó Su cuerpo a través de la muerte, mientras que a nosotros se nos pide que sacrifiquemos nuestros cuerpos estando vivos, entregarlos a Dios, ceder nuestros derechos y nuestros privilegios sobre ellos.
Ahora bien, ese concepto puede sonar muy aterrador. Pero quiero decirle que es muy emocionante. Dios tiene todo tipo de ideas sobre lo que hará con usted y con su cuerpo. Pero Él no se lo dirá hasta que su cuerpo le pertenezca a Él. Primero, usted debe encomendarle su cuerpo, y luego entenderá lo que usted debe hacer con eso.
Gracias, Señor, porque Tú obras en mí. Proclamo que ahora presento mi cuerpo como sacrificio vivo en el altar de Dios. Ya no me pertenece, sino que es de Dios. Mi Padre me ha creado. Amén.