Protegido

 

Salmo 35:1–3

Disputa, oh Jehová, con los que contra mí contienden; pelea contra los que me combaten. Echa mano al escudo y al pavés, y levántate en mi ayuda. Saca la lanza, cierra contra mis perseguidores; di a mi alma: Yo soy tu salvación.

Esta fue una oración de David en un tiempo de profunda angustia, un momento en el que se sentía rodeado por enemigos que lo oprimían, y ante los cuales él no veía salida alguna. De manera que clamó al Señor y dijo: “Señor, pelea contra mis enemigos. Toma tus poderosas armas espirituales y ciérrales el paso”.

Siempre es una bendición para mí pensar que la respuesta final y concluyente a esta oración de David vino por medio de su descendiente, el Señor Jesucristo, unos mil años después. Jesús hizo todo eso en la cruz. Él cerró el paso contra los enemigos de nuestra alma. Los detuvo, puso fin a las intenciones de Satanás, puso límite a su territorio. Estableció una frontera que Satanás no puede traspasar.

Recuerde esto: La cruz es el gran signo de “pare” que Dios ha puesto. El diablo puede avanzar contra nosotros a toda velocidad, pero si levantamos la cruz, frena en seco y se detiene de inmediato porque no puede pasar la cruz. Allí fue donde Jesús cerró contra nuestros perseguidores.

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