Partícipes de los deleites divinos

 

Salmo 36:7–8

¡Cuán preciosa, oh Dios, es tu misericordia! Por eso los hijos de los hombres se amparan bajo la sombra de tus alas. Serán completamente saciados de la grosura de tu casa, y tú los abrevarás del torrente de tus delicias.

Para mí, esta es la imagen más bella de la bondad de Dios. En primer lugar, nos volvemos a Él en nuestra necesidad. Venimos a refugiarnos en Él porque estamos oprimidos y no podemos manejar nuestros problemas. Nos refugiamos en la sombra de sus alas, pero cuando estamos allí bajo la sombra de sus alas, descubrimos que Él ha provisto mucho más que un simple refugio para nosotros. Ha dispuesto un banquete. Ha provisto abundancia. Nos saciamos de la abundancia de su casa, y no sólo eso, sino que Él nos abreva del torrente de sus delicias. ¡Eso me parece asombroso! Dios no nos da a beber de un río de nuestras propias delicias, sino de sus delicias. Él nos hace partícipes de aquellas cosas que lo deleitan a Él.

Como sabe, hay muchas cosas en las que por naturaleza nos deleitamos y que son dañinas. Por ejemplo, el hábito de fumar. Muchas personas encuentran gran deleite en fumar, pero por desdicha todos sabemos ahora que es extremadamente perjudicial, y puede producir cáncer. La diferencia con los deleites de Dios es que nunca son perjudiciales, y Él quiere hacernos partícipes de sus delicias. Él quiere darnos a beber del río de sus delicias, que no sólo son placenteras sino provechosas. Nunca son dañinas.

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