Octubre 21, El Fruto de la diligencia

 

Seamos diligentes.

 

El fruto de la diligencia puede ser producido al cultivar la fraternidad. No tenemos que tratar de vivir la vida cristiana solos. Las Escrituras dicen que todos somos miembros de un cuerpo, y todos nos necesitamos los unos a los otros. (Por ejemplo, vea Romanos 12:4-5). A menudo pienso en David saliendo al encuentro de Goliat, tomando sólo cinco piedras lisas del arroyo como armas. ¿Por qué tenían que ser lisas esas piedras? No pudieron ser misiles tan precisos si no hubieran sido lisos, y la imprecisión le pudo haber costado la vida a David. Las piedras eran lisas porque habían estado en el arroyo, donde el agua estaba pasando regularmente sobre ellas. Habían sido empujadas unas contra otras, y esta acción limó sus bordes agudos. 

Creo que el Señor Jesucristo cuando quiere encontrar cristianos que Él pueda usar, va al arroyo, donde el agua pura de la Palabra de Dios está fluyendo sobre ellos, lavándoles, y rodeándoles.  Allí, ellos han estado en comunión unos con los otros, limándose las asperezas. Al cultivar la fraternidad nos transformará en piedras lisas.

Mi última recomendación es que se someta a la disciplina. El fruto no llega a la vida de una persona sin disciplina. Estoy pensando en dos formas importantes de disciplina. Primero, la autodisciplina, como organizamos nuestra vida. Esta disciplina incluye hasta las cosas más simple, al levantarnos por la mañana, lo que comemos, lo que vestimos, y la limpieza personal. Manejar todos estos detalles es esencial para cultivar fruto. Más allá de eso, creo que en situaciones normales cada cristiano debe estar sujeto a la disciplina de la iglesia. Él debe ser miembro de una iglesia, bajo la autoridad de los líderes de la iglesia y sujeto a su disciplina.

 

Gracias Señor, por la promesa de entrar en Tu reposo. Proclamo que el fruto de la diligencia viene de la fraternidad y la disciplina, y ambos son bienvenidos a mi vida. Seré diligente. Amén.

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