La esperanza en Dios

 

Salmo 147:10–11

El Señor no se deleita en los bríos del caballo, ni se complace en la agilidad del hombre, sino que se complace en los que le temen, en los que confían en su gran amor.

 

La fuerza y la inteligencia humanas no impresionan mucho a Dios. Si bien podemos sentirnos muy fuertes y capaces, puede suceder algo repentino y robarnos toda esa fuerza y capacidad.

Hace algunos años fui director de una universidad para entrenar maestros en el oriente africano. Allí teníamos algunos deportistas aficionados, y un día les recordaba la fragilidad de la carne humana. Y dije: “Pueden sentirse muy fuertes y activos, pero nada más los pica un mosquito portador de malaria, en solo veinticuatro horas estarían temblando como una hoja. Temblarían y serían atormentados por la fiebre, absolutamente incapaces de cumplir con cualquier función. Nada más que un pequeño insecto puede cambiarlo todo”. Con razón a Dios no le impresiona la fuerza humana.

Sin embargo, Dios ama a aquellos que le temen y confían en su gran amor. Solo hay una respuesta del corazón humano frente a la cual Dios tiende la mano, y es la respuesta de fe, de amor y de compromiso con Él. No confíe en su propia habilidad, no confíe en su propia fuerza, que le fallarán tarde o temprano, sino ponga su confianza en el amor infalible de Dios y en su fidelidad y misericordia. Ponga su esperanza en Él, y Él no le fallará.

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